Y retiemble en sus centros la tierra, libro que ya mencioné en la entrada de ayer, está siendo un pozo de sorpresas...
Mi (largo) trayecto diario en tren, de ida y vuelta, desaparece cuando tengo un libro entre las manos. Pero en esta ocasión me sucede algo que ya no es tan frecuente: tengo que refrenarme para que la emoción no me acelere y poder disfrutar de la historia, las frases, los personajes, la ciudad de México... con plenitud.
Así las cosas, hoy me ha llamado la atención el nombre de un mexicano del siglo XVII de quien no tenía ninguna referencia. Se trata de Carlos de Sigüenza y Góngora, un personaje tremendamente singular.
He estado toda la tarde buscando información de Internet sobre él y las cosas que he averiguado me confirman que se trató de un individuo especialmente excepcional. Curiosamente fue amigo de Sor Juana Ines de la Cruz, otra de las grandes figuras del siglo XVII mexicano, y escribió su elogio fúnebre, pero ésta le ha sobrepasado en fama, al menos para mi.
Os dejo aquí las palabras que utiliza Gonzalo Celorio en la novela para referirse a Carlos de Sigüenza y Góngora. A mi me han resultado tremendamente atrayentes: "... tras su expulsión de la Compañía de Jesús, había desempeñado más trabajos que el Lazarillo de Tormes -enjundiosos unos, miserables otros- para patrocinar su infatigable curiosidad: fue cosmógrafo principal de la Nueva España, inspector general de cañoneros, corredor de la Santa Inquisición, cronista de las glorias del Arzobispado, catedrático de matemáticas de la Real y Pontificia Universidad, limosnero mayor del Arzobispo Aguiar y Seijas, que un día de mal humor le destrozó los anteojos de un bastonazo, y confidente de sor Juana."
"... Su alborozo al contemplar un eclipse con un anteojo de larga vista, mientras los habitantes de la ciudad virreinal se refugiaban en la Catedral y en las iglesias pensando que tal fenómeno celeste era anuncio de sucesos calamitosos y manifestación inequívoca de la ira de Dios por los pecados cometidos; su entereza para calmar el miedo que causó en la población y particularmente en el ánimo de la virreina la aparición de un cometa en el firmamento ; su rivalidad con el padre Kino, que, llegado del Tirol austriaco, despreció sus conocimientos astronómicos como si los criollos caminaran sobre dos pies por dispensa divina; su audacia al encaramar a doce deidades aztecas en el arco triunfal que se colocó en la Plaza de Santo Domingo para recibir al nuevo virrey; su valentía y su amor a las letras y a la historia al arrojarse a las llamas para salvar los valiosos documentos que se guardaban en el archivo de las Casas del Cabildo, incendiadas en un motín; su modernidad al decidir en su testamento que su cuerpo, aquejado de males biliares, fuera abierto a su muerte para adelanto de la medicina."