En unas horas, salgo junto con Alberto a pasar en fin de semana a casa de mi madre, en Portugalete. No volvíamos desde Año Nuevo/Reyes (los zapatos para los regalos de Reyes siempre se ponen en casa de mi madre) y ahora ya me apetecía.

Y aparte de vernos, pues hacemos lo que se suele hacer en estas ocasiones, o sea, comer (y beber). Todo tremendamente tranquilo y agradable.
Luego el trauma es regresar el domingo a Madrid, tragarte cinco horas de autobús, llegar tarde a casa, madrugar al día siguiente... De todas formas, siempre merece la pena y a los "inconvenientes" se les ignora y ya está.
Siempre he pensado, y cada vez lo tengo más claro, que tengo una suerte inmensa con mi familia, porque cumplen (cumplimos) con el papel que nos corresponde y que no es otro que el de "estar ahí", ser una referencia.
En los tiempos que corren hay muchos "roucos" y "benedictos" empeñados en acusarnos de cientos de miles de cosas, entre ellas la destrucción de la familia. No deja de ser una solemne tontería, peligrosa como todo lo que tiene que ver con los "hombres santos", pero tontería al fin y al cabo.
Lo verdaderamente importante es que en la familia, como la sociedad en la que vivimos, gana terreno la tolerancia y la integración. Se acabaron los corsés rígidos creados al dictado de mentes preclaras. Y, si no se acabaron, ese debería ser el camino a seguir, paso a paso...
Y bueno, basta ya de rollos... ¡que me voy de "finde"!
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