Llevo unos cuantos días dándole vueltas a un asunto y no acabo de encontrar el hilo que me ayude a salir del laberinto. Espero que solo sea torpeza mía…
Por distintas razones y en diferentes circunstancias me he atrevido a afirmar en dos ocasiones en las últimas semanas que una de las principales razones de la existencia de cada uno de nosotros es, o debería ser, el ser mejores cada día. Por supuesto, no estoy hablando del “buenismo” sino de la capacidad para asumir los aconteceres de cada día para crecer como personas y enriquecernos a la vez que enriquecemos a las personas que están a nuestro alrededor.
Vaya por delante que creo que esta es una forma bastante digna de darle un sentido a la vida y que si bien esta actitud es compartida por una cantidad importante de personas no me voy a engañar pensado que es un precepto de cumplimiento universal ni una verdad absoluta.
Lo que me desasosiega respecto a todo esto es lo fácil que resulta aconsejar a los demás acerca de la conveniencia de hacer un esfuerzo para superar la adversidad y sobre el maravilloso efecto enriquecedor que estas penalidades suplementarias nos va a reportar.
Además ¿qué validez le podemos otorgar a una supuesta verdad de este tipo, más allá del propio ámbito individual? ¿No se tratará al fin y al cabo, y como tantas otras cosas, de una muleta para seguir adelante? Supongo que no tendría nada de malo que así fuera pero entonces, ¿con qué legitimidad me atrevo a dar palabras de consuelo que podrían ser castillos en el aire…?
Todo esto se ha entremezclado con la lectura de un librito de María Zambrano (“La Confesión. Genero Literario”, que ya comentaré en otra entrada cuando lo termine) donde se habla mucho de la búsqueda de la verdad y un artículo que apareció hace un par de semanas en El País titulado “Leer en tiempos de crisis” (Manuel Fernández-Cuesta) y que me aportó un punto de vista diferente respecto a la lectura y individualismo.
Mézclese bien todo esto, agítese con vigor y ya tenemos organizado un pequeño lío que, en una cabeza poco despierta como la mía, se convierte en embrollo. En fin, los laberintos llevan implícita la búsqueda de la salida… Habrá que seguir buscando y averiguando. ¿Quizá así aprendamos a mejorar?
Por distintas razones y en diferentes circunstancias me he atrevido a afirmar en dos ocasiones en las últimas semanas que una de las principales razones de la existencia de cada uno de nosotros es, o debería ser, el ser mejores cada día. Por supuesto, no estoy hablando del “buenismo” sino de la capacidad para asumir los aconteceres de cada día para crecer como personas y enriquecernos a la vez que enriquecemos a las personas que están a nuestro alrededor.
Vaya por delante que creo que esta es una forma bastante digna de darle un sentido a la vida y que si bien esta actitud es compartida por una cantidad importante de personas no me voy a engañar pensado que es un precepto de cumplimiento universal ni una verdad absoluta.
Lo que me desasosiega respecto a todo esto es lo fácil que resulta aconsejar a los demás acerca de la conveniencia de hacer un esfuerzo para superar la adversidad y sobre el maravilloso efecto enriquecedor que estas penalidades suplementarias nos va a reportar.
Además ¿qué validez le podemos otorgar a una supuesta verdad de este tipo, más allá del propio ámbito individual? ¿No se tratará al fin y al cabo, y como tantas otras cosas, de una muleta para seguir adelante? Supongo que no tendría nada de malo que así fuera pero entonces, ¿con qué legitimidad me atrevo a dar palabras de consuelo que podrían ser castillos en el aire…?
Todo esto se ha entremezclado con la lectura de un librito de María Zambrano (“La Confesión. Genero Literario”, que ya comentaré en otra entrada cuando lo termine) donde se habla mucho de la búsqueda de la verdad y un artículo que apareció hace un par de semanas en El País titulado “Leer en tiempos de crisis” (Manuel Fernández-Cuesta) y que me aportó un punto de vista diferente respecto a la lectura y individualismo.
Mézclese bien todo esto, agítese con vigor y ya tenemos organizado un pequeño lío que, en una cabeza poco despierta como la mía, se convierte en embrollo. En fin, los laberintos llevan implícita la búsqueda de la salida… Habrá que seguir buscando y averiguando. ¿Quizá así aprendamos a mejorar?